Es una constante en nuestra sociedad la demanda de igualdad entre todos.
Si esta demanda se hace de forma generalizada, y alcanza a todas las capas de la sociedad, se debe a que en toda ella existen serias diferencias y obstáculos para alcanzarla, siendo necesario hacer un esfuerzo colectivo importante para lograrla.
Bien es cierto que se han hecho avances muy significativos para lograrla en algunos ámbitos pero persisten diferencias importantes que indican que aún no se ha logrado lo suficiente. Así, por ejemplo, estas diferencias siguen siendo relevantes en los salarios, donde por un mismo empleo, las mujeres son retribuidas un 25% menos que los hombres. O sobre los puestos de responsabilidad donde es mucho más frecuente que sean desempeñados por hombres que por mujeres, quedando muy lejos el ideal de paridad entre todos.
Pero hay otro espacio en el que las diferencias son más significativas; se refiere a la vida privada de las personas en sus relaciones afectivas. Lo que se puede y no se puede hacer, lo permitido y lo prohibido, lo adecuado e inadecuado sigue siendo claramente distinto entre los hombres y las mujeres. En su forma de relacionarse persisten modelos que discriminan a unas respecto a otros, y pueden apreciarse todavía maneras de ejercer una dominación de los hombres sobre las mujeres.
Se habla mucho de que las estructuras sociales son patriarcales, es decir que los valores, estilos y actitudes de referencia proceden del hombre, y que, por tanto les favorecen en menoscabo de las mujeres que no se sienten representadas en ellas de la misma manera que los hombres, y su inclusión está un tanto forzada por tener que adaptarse a un mundo que no es el suyo.
En cambio, van a tener que jugar un papel destacado en las relaciones afectivas que viene determinado no por su propia naturaleza sino por aquel que le venga dado por esa sociedad patriarcal en la que están inmersas.
En las relaciones afectivas que se mantienen en el tiempo, es normal y deseable que haya un esfuerzo por las dos partes en adaptarse al otro, pero no siempre esto es un camino fácil ni sencillo, produciéndose tensiones y conflictos que es necesario resolver con aportaciones mutuas, y con criterios correctos. Pero en realidad, lo que puede producirse es que sea uno de ellos, la mujer, la que tiene que hacer esta tarea de adaptación para hacerse un hueco en la vida de los hombres, con lo que supone de renuncia a importantes ámbitos de su vida individual. Puede suceder con su ocio, con sus amistades o con sus aficiones e inquietudes.
La presente Guía está destinada al momento en el que este tipo de relaciones afectivas empiezan a darse de forma natural en la vida de las personas, y pretende trabajar algunas de las claves más importantes para que estas relaciones contribuyan al desarrollo pleno de los dos que las componen, sin tener que sacrificar aquellos aspectos determinantes en la identidad de cada uno, ni convertir la relación en un espacio asfixiante. Pretende sentar las bases de una «cultura de pareja», que sirva para prevenir algunos de los sucesos que dan lugar a un exceso de tensión emocional e incluso de violencia en las relaciones de pareja.
En la primera parte analizaremos cómo son las relaciones de pareja, y en qué se diferencian del resto de relaciones personales. Trataremos del espacio que se crea en las relaciones, y qué elementos principales actúan en él. También de los modelos de relación que se establecen, las expectativas que se crean, y los mitos y falsas creencias entorno a ello.
En la segunda parte profundizaremos sobre las claves para manejar y gestionar adecuadamente esas nuevas formas de relación afectivo-sexuales que se empiezan a dar en esta etapa joven. Reflexionaremos sobre sus principales escollos y dificultades, y trabajaremos sobre los elementos emocionales claves para que esas nuevas relaciones contribuyan al desarrollo saludable e integral de todos.