Las primeras relaciones que podemos definir como «relaciones de pareja», se suelen iniciar en ese periodo evolutivo que conocemos como adolescencia. Generalmente éstas, ni van a ser las relaciones definitivas, ni las más determinantes, pero tienen su gran virtud en que son las primeras, y por tanto, se viven con mucha intensidad y adquieren para uno una sustancial importancia. Algo así como que «ha llegado el momento».
Pese a lo que pueda parecer, estas etapas no necesariamente son recibidas de forma positiva y uniforme, pues a muchos les genera incertidumbre, inseguridad, e incluso rechazo. A pesar de que los modelos que rodean esta realidad nos hablan de mucho entusiasmo, excitación y aventura, lo cierto es que se pueden movilizar reacciones emocionales adversas y contradictorias, produciendo cierta inestabilidad personal que genera un desconcie11o que no resulta agradable, ni es fácil de manejar.
Lo que sucede en estas fases, es una auténtica apertura a nuevas sensaciones aún desconocidas que requieren de tiempo y experiencia para que se asienten y se interioricen adecuadamente. Tener prisa o aventurarse alocadamente es una tentación que no suele ser muy aconsejable y puede traer malas experiencias o peores consecuencias. Es mejor darse su tiempo y familiarizarse con esas sensaciones y emociones nuevas, para que te aclares y «te hagas con ellas». Un conocido investigador las comparaba con cuando te acabas de sacar el carnet de conducir y te hubieran regalado un Ferrari, casi con seguridad la potencia y velocidad del coche va a superar con creces la aún incipiente capacidad de manejarlo bien. Seguro que es mejor que vayas paulatinamente aprendiendo a conducirlo para que, a la larga le saques el mucho partido que tiene, de lo contrario por precipitarte, estás corriendo muchos e innecesarios riesgos.
Las relaciones de pareja son una nueva forma de relación entre las personas, con diferencias muy marcadas respecto a otras que ya se han vivido (amigos, compañeros, familiares, etc.), y están dotadas de características propias que hay que saber manejar, para que se conviertan en un trampolín del desarrollo personal de cada uno, integrándolo en todo lo que has sido hasta ahora.
La afectividad es una fuerza o una energía, potente, intensa y, a veces, arrolladora, que los seres humanos sentimos desde que nacemos, y que suele vinculamos con todos los que nos rodean. Hay muchas y muy diferentes formas en las que la afectividad se manifiesta, casi tantas como relaciones mantenemos, pero la que se siente con la pareja es especial y distinta al resto. En esa relación te sientes entendido/a de distinta manera, sientes que compartes algo único y diferente, que lo que vives es tan especial como para el otro, y que eres tan importante para el otro, como el otro lo es para tí. Y todo ello hace que te parezca que haya un antes y un después de que esa relación haya aparecido en tu vida.
Otra de las característica que la definen es que viene determinada por una importante atracción física y psicológica novedosa y un tanto irracional, que uno la puede sentir como estar dentro de un torrente y un caudal irrefrenable que parece anular cualquier voluntad o propósito. Apasionante.
Es conveniente no situarse en el centro del cauce porque la corriente es más fuerte y es más fácil que te arrastre; por el contrario, se debe aprender a manejarse por zonas más tranquilas, desarrollando la habilidad necesaria para seguir el curso y que el trayecto se convierta en una bonita e interesante experiencia, que se incorpora en la nueva identidad que se está experimentando.
También estas relaciones se caracterizan por La Intimidad que se crea entre las dos personas involucradas en ellas. Aunque a simple vista, se parezca a la confidencialidad que se da en las relaciones de amistad, en realidad en pareja se produce una mayor y más profunda apertura hacia el otro, necesaria para que el vínculo que os une sea más fuerte y más intenso. Es normal que se revelen secretos hasta ahora inconfesables, se cuenten intimidades rara vez desveladas, y se hagan confesiones que solo los más cercanos en la convivencia conocen. Así, esa relación se convierte en única, especial y distinta a las demás, que la hace la más valiosa y personal de las que mantienes, situándose en el centro de tu vida.
Como se puede uno imaginar, no todo es fácil y maravilloso en estas relaciones. Esa apertura personal que hemos descrito y que se produce como rasgo distintivo, a veces la aceptas pero a veces no estás del todo tan dispuesto a ello, y hasta puedes rechazar. Hace que te puedas sentir más vulnerable que nunca, demasiado entregado, y demasiado a merced de lo que está sucediendo. Estos aspectos, esencialmente emocionales, son lógicos y naturales, requiriendo que se los entienda y acepte.
En cualquier caso, es muy importante que uno se convenza de que ante esta realidad debe realizar un aprendizaje nuevo y distinto, que le dote de los diferentes recursos con los que conllevar las relaciones que se pueden producir. Se h·ata, sintéticamente, de manejar tres áreas concretas:
- Emocionales: Las emociones positivas (alegría, euforia, éxtasis, etc.), y las negativas (frustración, rabia, impotencia, etc.).
- La comunicación en pareja: Fluidez y frecuencia en las conversaciones, claridad en los intercambios, etc.
- Vinculares: Aceptaciones y rechazos, espacio propio y espacio compartido, demandas y satisfacciones propias y del otro, etc.
Todo esto supone un aprendizaje largo y complejo, y no significa ni mucho menos que haya que hacerlo perfecto desde el principio. De hecho, la mayoría de las veces te sentirás torpe al principio, experimentando fórmulas posibles, un tanto en base de prueba y error para tratar de resolver las situaciones que se van creando.
Más bien, la cuestión es que se sepas que es así, y que adentrarte en esta nueva realidad, que es la relación de pareja, supone más cosas de las que parecen a simple vista.